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De la mordida como forma de vida

La mordida en la policía no solo es una práctica enraizada en su organización, sino que se trata de un mecanismo institucional de extorsión. Así lo explica el libro La mordida policial en la ciudad de México, de Diego Pulido Esteva

Una reseña del libro La mordida policial en la ciudad de México: historia de una práctica de Diego Pulido Esteva

Tal como sucede en otras áreas de las ciencias sociales, a los estudios anticorrupción les pesa gravemente su falta de lecturas de otras disciplinas. Como una forma de contribuir a la diversidad de perspectivas en los estudios sobre la corrupción en México, quisiera reseñar el recién publicado libro La mordida policial en la ciudad de México: historia de una práctica, editado por la UNAM. A partir del análisis histórico guiado por un riguroso trabajo de investigación documental, Diego Pulido Esteva propone algunas claves para aproximarse al surgimiento de la mordida, esa forma cotidiana de la extorsión, como una práctica enraizada en la organización de la policía de la Ciudad de México. De igual forma, el autor discute cómo este sistema de extorsión organizado evolucionó en su relación con la opinión pública y la prensa. El libro de Pulido Esteva nos ofrece una inquietante revisión del pasado que resuena con las prácticas del presente. A su vez, impone una pregunta: si el origen de la extorsión policiaca en la capital tiene por origen una herencia institucional, ¿qué han hecho las autoridades al mando de la policía para limitarla?

¿A qué le llamamos corrupción?

El libro abre con una discusión de cómo ha evolucionado el término “corrupción”. A diferencia de otros estudios que buscan identificar las características predominantes de la corrupción, el libro de Pulido Esteva repasa la evolución de las voces idiomáticas para identificar a las prácticas de abuso sobre lo público. Algunos de los primeros términos identificados por el autor para referirse a los sobornos en diferentes momentos fueron: baraterías, coyoterías, inmoralidades o negocios. Una primera acepción distinguible en el presente está en la palabra “morder”, que aparece en un diccionario sobre el lenguaje criminal como “obtener dinero por no levantar una infracción” u “obtener parte de un robo”. 

La evolución en los términos nos recuerda un problema central. El término corrupción, de acuerdo con el autor, es moderno y anacrónico para entender el pasado. De ahí, el trabajo del autor para nombrar las prácticas en su propio contexto con el fin de separarlo del problema público que, a grandes rasgos, hoy llamamos corrupción.  Si es preciso recurrir a una definición de mordida vale la pena una de las más precisas, producto de la revisión del escritor Jorge Ibargüengoitia, quien la definió como: “una transacción voluntaria entre un particular y un representante de la autoridad, en la que el primero entrega al segundo una determinada cantidad de dinero y el segundo lleva a cabo una acción que es contraria a la ley, deja de cumplir con su deber o se hace de la vista gorda”. 

Identificar los nombres que damos a los hechos de corrupción es necesario para enmarcar las características de la práctica de extorsión. También es útil en tanto que define los límites de la interacción entre el ciudadano y las autoridades públicas. Un estudio cualitativo reciente apunta a que no hay un significante único para lo que entendemos por corrupción. En México, el origen y el significado del término corrupción es distinto para cada persona. Los límites de la definición individual dependen de la interacción que mantiene cada quien con lo público.

La mordida policiaca como organización política

La investigación de Diego Pulido Esteva refiere el proceso de formación de las corporaciones policiacas modernas y su pugna constante con la corrupción. Desde 1871, por ejemplo, hay códigos para sancionar a los agentes de la policía por la práctica del cohecho. En los momentos de formación del estado posrevolucionario (1920-1940), arguye el autor, la extorsión y el abuso fueron fundamentales como una forma de organización de la policía. El análisis de los archivos históricos permite recuperar documentos confidenciales que refieren la estructura de una práctica: la mordida policíaca era un sistema de extracción jerarquizado desde los niveles más altos hasta los menores rangos de la policía. Se trataba de una cuota obligatoria exigida por los superiores como una forma de estructurar la cadena de mando. No hay duda: la mordida organizaba las jerarquías de la corporación policiaca.

Sobre el sistema de cuotas en la policía de la Ciudad de México, Pulido Esteva refiere:

Según un informe recabado en 1925, el primer comandante pagaba al secretario mil pesos cada mes; el segundo comandante, ochocientos; los oficiales, ciento cincuenta; los suboficiales, setenta; los escribientes de primera y segunda, cuarenta; los gendarmes de crucero, ‘por recabar el acuerdo’, dos pesos con cincuenta centavos; para ser afiliado, diez pesos.

Estas prácticas de extorsión interna se alimentaban directamente de la extracción a la ciudadanía y se reforzaban con la normalización en la práctica cotidiana. 

Un ejemplo: para obtener una asignación en un área con mayores posibilidades de “prebostes”, los policías pagaban a sus superiores entre 15 y 25 pesos. Quienes no tenían para pagarlo, podían recurrir a un coyote que les prestaba el dinero con una tasa de interés de hasta el 25% mensual. Las zonas más cotizadas de la ciudad estaban cerca de los “centros de vicio” como cantinas, cabarets y pulquerías, lugares que por sus características podían ser de altos réditos para los agentes encargados de la zona. 

La impunidad de la corrupción policiaca hizo que las corporaciones extendieran sus “inmoralidades” más allá de la mordida. Hay registros de extorsión en cada parte del proceso de detención en el sistema carcelario, venta de plazas, aviadores y otros abusos a los presupuestos de la institución. Para los policías de mayor rango, cuya corrupción parecía menos visible de cara a la opinión pública, se registraron ventas de los botines delictivos y porcentajes establecidos de lo decomisado. Un área central de los abusos está en cómo los policías de calle coyoteaban los negocios al margen de la ley: el comercio ambulante, la prostitución, el juego y la venta de sustancias prohibidas. Mediante la extorsión se operaba la negligencia y la omisión sobre estas actividades. En cierto sentido, esto volvía a las corporaciones policiacas como reguladoras de facto de los negocios al margen de la ley. 

Es aquí pertinente una vuelta al presente. En septiembre de 2023, un feminicidio en la Colonia Anáhuac estuvo a punto de ser ocultado por dos policías. Los asesinos de Montserrat Juárez dieron a los agentes cinco mil pesos a cambio de un certificado de defunción falso y el contacto de una funeraria donde pudieran cremar el cadáver sin dificultades. Los policías tenían respectivamente doce y catorce años en la corporación. Este caso, que es en apariencia es una mordida, ilustra en realidad varias formas de negocio: la sospechosa complicidad con los feminicidas, el reporte que aseguraba una muerte sin violencia, la funeraria que aceptaba cadáveres con documentos falsos, la negligencia para iniciar un proceso que haga justicia a Montserrat. Una intrincada red de negocios todavía opera en la impunidad de la discrecionalidad policial.

Periodismo y corrupción

Otro ámbito que atinadamente describe el libro “La mordida policial en la ciudad de México” es la complicada relación entre la prensa y la policía. La investigación documental refiere la manera en que intercambiaban el “silencio periodístico”. Según Pulido Esteva, estos acuerdos informales se daban entre los agentes policiacos y los redactores de los diarios. A los medios les permitía obtener primicias en un entorno de interés sensacionalista. Por su parte, los policías podían obtener rentas al extorsionar a los presos a cambio de no manchar su reputación con el escarnio de un periodicazo. La relación con los medios contribuía también a favorecer la opinión pública entre la policía. Permitía promocionar frente a la ciudadanía la expulsión de uno o dos policías de cuadra con el fin de proteger las cadenas de intereses de los altos mandos. Se sostenía así el mito de que la corrupción era responsabilidad de unos pocos “chacales” o manzanas podridas, en lugar de ser parte de la institución policiaca. 

La mayoría de los periódicos hicieron uso en distinta medida de este acuerdo informal con la policía. Los que rompieron el convenio periodístico-policial fueron castigados con severidad. Eso le sucedió, por ejemplo al periódico El Hombre Libre, que reportaba las “inmoralidades de los sátrapas policiacos”. Al redactor lo detuvieron y lo torturaron con cautines al rojo vivo. Ocho días más tarde, el periodista negó sus acusaciones previas y aseguró, al referirse sobre la policía capitalina, que “le constaba que dentro de esa institución todo era orden y moralidad”. Desde el porfiriato hasta los años después de la revolución, el sistema de cuotas de la policía fue avalado por las complicidades y silencios de otros actores de la sociedad que también lucran con este sistema extractivo.   

Discusión: tres formas de entender la corrupción y una propuesta alternativa

Hacia 1986, Gabriel Zaid sugería que “la corrupción no es una característica desagradable del sistema político mexicano: es el sistema”. El libro de Diego Pulido Esteva ofrece evidencia documental para corroborar esta afirmación al menos desde la perspectiva de las corporaciones policiacas. Sin embargo, el trabajo del historiador no se limita a eso. 

Hacia el final, a modo de conclusión, el autor recupera las tres explicaciones más comunes que halló en su investigación documental sobre las formas de entender la corrupción en la Ciudad de México. La más habitual asegura que los policías ganan muy poco y necesitan del soborno para subsistir, una premisa que ignora la estructura jerarquizada de las cuotas en la corporación. La segunda coloca la responsabilidad en el infractor que se conduce con altanería o prepotencia frente a las fuerzas policiacas. La tercera supone que el inacabado estado burocrático del país hace imposible que se viva con estricto apego a las leyes, por lo que se recurre a la corrupción como un atajo para la operación funcional de lo público. 

Cada una de estas posibilidades implica una perspectiva distinta sobre los orígenes y sus posibles soluciones de política pública de un problema cotidiano como la extorsión policiaca. Una explicación pendiente, que deriva de la enriquecedora lectura del libro de Pulido Esteva, se refiere a la gestión y organización de las corporaciones de seguridad. La policía de la Ciudad de México debe proveer evidencia a la ciudadanía de que sus estructuras formales e informales de organización no dependen de la extracción de rentas. 

Una ciudad que varias veces ha sido gobernada por policías debería preguntarse con más regularidad sobre las herencias institucionales y los procesos de cambio en la organización de las corporaciones de seguridad. El libro de Pulido Esteva nos recuerda que recuperar los testimonios del pasado podría ser siempre un indicio útil para explorar los retos del presente.


Miguel Torhton

Investiga en Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad. Escribe un ensayo sobre xolas.

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