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En Petacalco, Guerrero, donde está la central eléctrica que más energía produce para la CFE, ocurre un ecocidio desde hace más de 20 años con la tolerancia de las autoridades. Tortugas, peces, cultivos y los propios habitantes de la zona son afectados por la contaminación que emite esta planta de carbón

Vanessa Cisneros y Blanca Corzo
Fotografía y video: Lucía Vergara

En la central de generación eléctrica Plutarco Elías Calles mueren cada día decenas de tortugas, peces y cocodrilos. Esta planta, la que más energía produce para la Comisión Federal de Electricidad en todo el país, está acabando también con los cultivos de la zona, además de afectar la salud, las fuentes de trabajo y la vida cotidiana de los pobladores de Petacalco, Guerrero.

Las tortugas marinas llegan desde el océano Pacífico y nadan por el Río Balsas, que está en el límite con Michoacán, donde la comisión abrió un canal para jalar agua utilizada para un proceso industrial de enfriamiento. Salvo unas boyas flotando sobre el agua, nada impide el paso de las tortugas al cauce artificial que las conduce a la muerte.

Especies como laúd, negra y golfina son capturadas en rejillas de la planta eléctrica y luego jaladas con rastrillos que les cercenan los miembros; otras más se quedan varadas bajo el sol por días y mueren deshidratadas, según testimonios recabados.

Pobladores y ambientalistas han documentado la muerte de hasta 76 tortugas en un sólo día bajo estas condiciones. Además, señalan que el personal de CFE llega con grúas o camiones para recoger a los animales -aunque estén vivos- y los llevan a un tiradero dentro de la planta, en donde los cubren con tierra y zacate.

A esto se suman las miles de sardinas que aparecieron muertas y esparcidas en las playas de Petacalco a inicios de 2022. Un estudio que la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales de Guerrero mandó a hacer, la muerte masiva fue resultado de “la pesca incidental en la zona”, descartando que la causa fuera la contaminación de la planta.

La promesa de empleos y mejoras a la localidad que hizo la CFE cuando llegó a Petacalco el 18 de noviembre de 1993 no se ha cumplido.

En ese tiempo la mayor parte de su población se dedicaba a pescar, cultivar o tener ganado. A casi treinta años de la inauguración de la planta, las fuentes de trabajo en esta localidad de poco más de 3 mil 400 habitantes se agotan por la contaminación y sólo ocho habitantes de Petacalco trabajan en la planta.

Los pescadores, muchos ya en la tercera edad, dicen que antes de que las chimeneas de la CFE comenzaran a funcionar, ellos sacaban hasta una tonelada de peces en un día, a pocos kilómetros de la playa.

Hoy tienen que navegar más de 30 kilómetros para lanzar sus redes y dejarlas por un día o dos para atrapar un par de peces. El motivo, explican, es que la CFE vierte sus desechos al mar por un canal de descarga.

El agua que sale de ese canal y termina en el mar está muy caliente. Cuando amanece, las olas de la playa que rompen cerca de donde se juntan el canal con el mar, están tibias y un humillo se desprende de ellas. Además, cuando la piel toca esa agua, se enrojece y duele. En algunas personas deja manchas rojas por algún tiempo, que arden.

El humo que sale de las chimeneas de las siete unidades de generación eléctrica que trabajan día y noche, también afecta los cultivos de limón, coco, sandía, plátano y otros frutos que suelen estar cubiertos por las cenizas que caen con las emisiones de la planta. Las frutas no se pueden comer, pues tienen como pequeñas quemaduras y en algunos casos al cortarlas están negras por dentro, lo que hace que el cultivo ya no sea sostenible para los pobladores.

Además, el aire que se respira en las calles de la localidad pica la nariz, la garganta y los ojos. Quienes viven a unos pasos de las puertas de la central, cuentan que hay días en que el humo que sale de las chimeneas de la comisión baja a ras de piso y es imposible respirar.

Tienen que encerrarse en un cuarto hasta que pase ese humo que describen con olor a “petróleo” o como de algo “chiloso” porque les pica la garganta y los ojos.

Aunque esta central es la que más energía genera al año en todo el país, con 15 mil 817 gigavatios por hora, de acuerdo con las estadísticas de la Comisión Reguladora de Energía (CRE), también es la que más contamina.

En 2017 investigadores del Centro de Ciencias de la Tierra de la UNAM y de la Subdirección de Generación de la propia CFE publicaron un artículo que concluye que esta planta era la que más emisiones de mercurio emitía de las tres carboeléctricas de la CFE.

“Los resultados muestran que la mayor emisión se presentó en la carboeléctrica localizada en Petacalco, Guerrero”, dice el estudio.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido que exponerse al mercurio o la inhalación de su vapor puede causar daños en el sistema nervioso e inmunitario así como en el aparato digestivo, además de los pulmones y riñones.

Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) pudo constatar con los registros de la Secretaría de Salud que de todas las muertes ocurridas en Petacalco entre 2012 y 2020, casi un tercio están relacionadas con padecimientos ligados a la contaminación ambiental.

De un total de 176 fallecimientos reportados, cuando menos 56 tienen como causas tumores, anemias o linfomas (22), padecimientos respiratorios (14), infartos cerebrales o enfermedades del sistema nervioso (11) y padecimientos en el hígado o riñón (9).

La planta tiene 28 años de actividad, pero la CFE no tiene estudios ambientales recientes sobre los daños que causa la central en Petacalco.

Las autoridades informaron a MCCI vía transparencia que los últimos estudios en esta materia se hicieron cuando se proyectaba la carboeléctrica, hace tres décadas, y desde entonces se planteó que la central estuviera sólo 30 años activa.

El 84 por ciento de la energía que produce anualmente la CFE proviene de fuentes contaminantes, como el gas, el carbón o el combustóleo.

Llueve ceniza
‘como si fuera nieve’
y arruina cultivos

Los huertos de mango, limón y otros frutos que eran característicos de Petacalco se han ido perdiendo debido a la contaminación de la planta de la CFE. La ceniza que cae todos los días daña los cultivos.

Urbano Duarte toma una hoja de los árboles de limón de su pequeño huerto, que está a unos pasos del río Balsas, cerca del límite con Michoacán. La hoja, originalmente verde, está empañada con polvillo de ceniza. Otras más están perforadas con hoyos pequeños, como si algo las hubiera quemado.

Urbano dice que sus árboles están así por la caída de ceniza y combustóleo de la planta. Él es un experimentado pescador buzo que caza a los peces en el río nadando, que tiene como pasatiempo el cultivo de vegetales, como calabazas, sandías y palmas.

Al recorrer y observar su sembradío, todos los frutos que ha plantado tienen una cosa en común: están llenos de ceniza y otros tantos parecen quemados.

“Ni los árboles quieren producir”, dice el pescador. “Esta actividad es muy cara, se necesita fertilizante, que está carísimo, si no hubiera contaminación, uno no le gastaría”.

Relata que la termoeléctrica trabaja con carbón y combustóleo, cuyo humo se desplaza por la localidad y hace que los árboles se llenen de ceniza y tiren sus frutos, además de que los principales afectados por la “falta de cuidado” es el Municipio, donde hay agricultores, ganaderos, pescadores que no pueden realizar sus actividades.

Un estudio ambiental elaborado en 2003, cuando la planta tenía menos de una década en operación, menciona que en la zona había árboles frutales, en particular huertas de mango, así como cocotales, los cuales se fueron perdiendo debido a la contaminación por ceniza.

Huellas del carbón que no se van

Rafael trabaja en un autolavado a donde los empleados de la CFE llevan sus vehículos. Pero quitarles las manchas de color amarillento que quedan en la pintura como huella de las cenizas y del combustóleo que cae, no es un trabajo fácil.

Esas mismas manchas aparecen en las sillas blancas de plástico que Bárbara Abarca Galeana tiene en su patio, al aire libre. Son manchas amarillas, que parecen de suciedad, pero que al tratar de limpiarse con agua y jabón no se quitan. Son como motas amarillentas.

Bárbara Abarca, quien vive cerca de una de las puertas de la comisión, tiene un huerto pequeño de palmas en su patio. Todas ellas también están cubiertas de manchas café y quemadas por la ceniza. A veces su casa se llena de humo y tiene que resguardarse en una habitación cerrada para poder respirar. Ese humo, dice, pica los ojos, hace que arda la garganta y tiene un olor que describe como de “petróleo”.

Ella y Emigdio Gómez coinciden en que cuando tienden la ropa, tienen que hacerlo debajo de un techo o no dejarla tanto tiempo al aire libre porque si se queda mucho tiempo colgada, se pone negra por toda la ceniza que le cae, le salen manchas amarillas y en ocasiones se le hacen hoyos.

Otro joven de la localidad, que por miedo a represalias prefiere no dar su nombre, dice que en el patio de su casa su tinaco está tapizado de cenizas, a pesar de que hace poco lo habían limpiado.

Después toma una hoja de un árbol. “Esta mancha que tienen las hojas es ceniza, porque todo el día está cayendo ceniza (...) hay ratos y días en los que parece que llueve ceniza, está cayendo la ceniza como si fuera nieve”.

Esto ha provocado que la fruta que se cultiva no sea comestible, ya que al igual que las plantas, las frutas que crecen en los árboles tienen manchas negras, como si fueran quemaduras de cigarro pequeñas.

La fruta de estos árboles está negra por dentro o no sirve y aunque no es recomendable comerla, los pobladores lo hacen por necesidad. Hay frutas como el plátano a las que se le puede quitar la cáscara y remover la parte afectada, pero otras, como la ciruela, son prácticamente imposibles de comer.

Tortugas, cocodrilos y peces
mueren en instalaciones de la CFE

En Petacalco, Guerrero, ha ocurrido un ecocidio con la tolerancia de las autoridades ambientales. Además de ser un pueblo “asfixiado” por las cenizas de una planta carboeléctrica, decenas de tortugas marinas, cocodrilos y cardúmenes de distintas especies de peces mueren cotidianamente al quedar atrapados en un canal artificial de la planta de la CFE.

Una tortuga negra nada en el río Balsas y pasa muy cerca de la lancha de motor. Asoma su caparazón, y casi de inmediato se sumerge en el agua para seguir su viaje. El animal se enfila a lo que parece ser un canal natural, pero en realidad es un cauce a la muerte.

“Esa se va a morir hoy”, dice muy seguro el pescador Urbano Duarte, al ver que la tortuga nada al canal que conduce a la central de generación eléctrica Plutarco Elías Calles en Petacalco, Guerrero, en la que lugareños y activistas han llegado a contar la muerte de hasta 76 tortugas en un día.

Con tan solo unas boyas flotando en la superficie y unos pequeños mangles a su alrededor es como la Comisión Federal de Electricidad (CFE) intenta evitar el paso a sus depósitos. Los pescadores que pasan por esa zona entienden la advertencia, pero no así las aves que sobrevuelan el río buscando comida ni las especies marinas que ven en el canal un brazo más del río.

El Balsas desemboca en el Océano Pacífico, que es de donde provienen las especies de tortugas que por accidente entran a la central termoeléctrica.

-Ellas siguen corrientes (de agua), se meten ahí pensando que es un río, pero es la entrada a la Comisión -explica el pescador Urbano Duarte.

-¿Y nada las detiene? ¿O no hay forma de que regresen?

-No. En una ocasión pusieron una red aquí en la entrada, pero se tapó porque se llenó, no supieron qué hacer y la quitaron, ahora solo queda eso -dice el pescador señalando las boyas.

Un equipo de periodistas de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), con ayuda de pescadores de Petacalco, realizaron un recorrido en el Río Balsas para conocer el trayecto que las tortugas realizan desde el Océano Pacífico hasta el canal de la CFE, y para ser testigos de la destrucción de los manglares y la reducción de la fauna acuática a causa de la contaminación.

El daño ambiental

La CFE ha establecido como su misión “suministrar insumos y bienes energéticos requeridos para el desarrollo productivo y social del país de forma eficiente, sustentable, económica e incluyente”. Sin embargo, el compromiso de producir energía de forma sustentable no se cumple en su planta de Petacalco.

Apenas en enero de este año apareció en la playa de Petacalco un cardumen de miles de sardinas muertas, distribuidas a lo largo de la costa debido a que, de acuerdo con los pescadores y habitantes de la zona, estas entraron por el canal y fueron desechadas por los trabajadores de la CFE, ya que desconocen cómo manejar a las especies que entran por error al depósito de la carboeléctrica.

Sardinas muertas
Imágenes de las sardinas que entraron a la termoeléctrica de Petacalco y al no poder salir del canal de llamado, murieron.

Pero esto no fue un evento extraordinario, ya que por más de 20 años los habitantes de la localidad han denunciado la matanza de tortugas dentro de la planta. Según testimonios, el canal fue abierto por la CFE para captar el agua que se necesita para procesos de enfriamiento, pero no se cuenta con ningún filtro para evitar la entrada de las especies marinas.

Eso ha provocado que una variedad de peces, tortugas e incluso cocodrilos se hayan visto atrapados en el cauce artificial.

Jesús Campos Albarrán, líder pesquero y presidente de la cooperativa “La Boba”, ha asumido la defensa de las especies marinas, lo cual le ha provocado diversos problemas, desde amenazas, hasta ser apresado en el Cereso Las Cruces, cárcel acapulqueña en la que estuvo dos años.

La única manera de ingresar a la carboeléctrica es como trabajador, aunque de las casi 500 personas que ahí laboran solamente ocho son de Petacalco. Eso no ha sido obstáculo para lograr fotografiar las condiciones en las que quedan las tortugas al entrar a la planta. “La gente que trabaja ahí nos mandan estas fotos”, dice Jesús al mostrar unas imágenes. “También una vez con uno me metí, así en el carro vestido de trabajador”.

Tortugas muertas
Tortugas muertas

Muerte en la carboeléctrica

Emigdio Gómez nació y creció en Petacalco, lugar que ha visto en su día a día por 57 años. Hace más de un año sufrió un derrame cerebral que le dejó secuelas, pero recuerda claramente sus momentos dentro de la termoeléctrica.

Cuando recién se construyó la carboeléctrica, él comenzó a trabajar en la planta cargando postes, y de ahí pasó por varios puestos hasta quedar como chofer, brindando el servicio mediante un subcontratista.

“De hecho, yo trabajé ahí donde caen las tortugas”, recuerda Emigdio, quien reconstruye así la ruta de la muerte: “Haga de cuenta que está un canal y va la corriente que lo surte para que se enfríe la turbina, entonces el agua se lleva a las tortugas, se lleva todo. Caen a las “rejillas”, que les llaman ellos, porque les tienen unas trampas que es donde acaparan toda la basura, las tortugas, los cocodrilos, todo… nada se escapa”.

Cuando las rejillas o canastillas se llenan de desechos o restos de los animales que quedan atrapados, los trabajadores de la planta las levantan con grúas.

-¿Y qué hacen con los restos de los animales?

-Los tiran. Sale una camioneta a tirarlos a escondidas de la gente. Pero es como querer tapar el sol con un dedo, todos sabemos el impacto que está causando -responde don Emigdio. “Se va todo parejo: basura, tortugas, cocodrilos, todo se va parejo. Esto los habitantes de aquí no lo ven porque le echan pasto encima, porque también cae zacate, entonces ahí tratan de tapar a todos los animales”.

Lo que don Emigdio relata son apenas esbozos de lo que realmente sucede, pues lo que él llama canastillas en realidad son como rastrillos, en los que los animales caen y son dejados todo el día bajo el sol; algunos mueren después de un rato por deshidratación, pero otros son cercenados por las garras del rastrillo, con cortes graves en el caparazón o mutilados de alguna aleta, cola u otra parte del cuerpo.

-¿Y qué hace la CFE?

-La Comisión no dice nada, sólo mandan el montón de soldados y marinos y les piden que se los lleven (a los que protestan) por revoltosos. Hay mucha gente que está demanda aquí, y corren el riesgo de en cualquier movimiento ir a parar a la cárcel -añade molesto don Emigdio.

Además de las tortugas, otra especie que los pobladores tienen identificada en riesgo es el pez Pargo, que llega a pesar entre los 24 y 28 kilos. Al día caen en las instalaciones de la termoeléctrica al menos media tonelada de estos peces.

“Los trabajadores de CFE aparte de producir su trabajo, producen muerte”, dice el líder pesquero Jesús Campos.

Oídos sordos de autoridades federales

La matanza de las tortugas y el ecocidio de la región no es algo desconocido para las instituciones federales, ya que en reiteradas ocasiones Jesús Campos, junto con otros líderes de cooperativas, lo han denunciado ante la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT), la Fiscalía General de la República (FGR) y ante la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (PROFEPA).

La Central Carboeléctrica Plutarco Elías Calles inició operaciones el 18 de noviembre de 1993. Petacalco, una pequeña localidad ubicada en el municipio de La Unión, en el estado de Guerrero, pasó de ser un pueblo reconocido por sus riquezas naturales (playa, ríos, cultivos, manglares, pesca sustentable y riqueza de fauna) a ser un pueblo contaminado, con mala calidad de aire y con un ecosistema destruido.

Las 24 horas de todos los días del año, las chimeneas de las siete unidades de generación eléctrica de la planta no han parado de emitir humaredas, derivadas de la quema de carbón mineral con el que funciona la planta.

Mediante una solicitud de información hecha a la CFE se pidieron los estudios de impacto ambiental elaborados para esta central termoeléctrica, y lo que se entregó a MCCI fueron dos estudios elaborados hace casi dos décadas.

En uno, elaborado en 2003, el Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste entregó a la CFE la Manifestación de Impacto Ambiental para un depósito de ceniza en zona de playa de la Central Carboeléctrica.

El estudio se elaboró debido a que con la quema del carbón se producen cenizas, las cuales deben manejarse y disponerse de una forma económica y ambientalmente segura, cumpliendo con los requisitos indicados por la autoridad ambiental y la normativa aplicable.

A 19 años de haberse elaborado el estudio, en Petacalco hay “cerros” de ceniza, que son los desechos que se han acumulado al paso del tiempo y han formado pequeñas montañas artificiales en la localidad.

En el mismo estudio se menciona que en el sitio donde se acondicionó el depósito de cenizas había antes árboles frutales y manglares.

“La vegetación original fue eliminada, actualmente existen huertas de mango y cocotales y matorral secundario sobre el depósito de sedimentos producto del dragado de los canales (llamada y descarga) de la central termoeléctrica”, se lee en el estudio de 2003.

El diagnóstico considera que la ceniza es un residuo no peligroso y el “acuífero” es un cuerpo de agua subterráneo que se dirige hacia el mar y no es aprovechable por el hombre, por lo que “no existe una limitante normativa que restrinja al sitio Zona de Playa para el desarrollo del depósito de ceniza”.

En marzo de 2004 el Instituto de Ingeniería de la UNAM realizó un segundo estudio para la Central Carboeléctrica, en la que destaca el apartado donde analizan las regiones hidrológicas prioritarias. Menciona que la central se ubica dentro de la región hidrológica prioritaria 27, que es la Cuenca Baja del Río Balsas, que abarca parte de los estados de Michoacán y Guerrero. En este punto se menciona la problemática que presenta la región de acuerdo con la Comisión Nacional para la Biodiversidad (CONABIO):

-Modificación del entorno, por la construcción de una presa muy grande (infiernillo) y otra menor (La Villita); desviación de ríos con disminución del caudal, desecación de zona de crianza de especies acuáticas, deforestación y ganadería intensiva.

-Contaminación muy alta por la siderúrgica SICARTSA, Fertimex y yeseras; agroquímicos, trazas de compuestos orgánicos persistentes; contaminación por materia orgánica, fertilizantes y otros tóxicos.

-Uso de recursos: vertebrados e invertebrados acuáticos en riesgo. Especie introducidas de lirio, tilapia y carpas. Se violan las vedas y tallas mínimas, hay descargas contaminantes continuas y tiraderos de basura.

Ante esta problemática presentaron las siguientes políticas de conservación:

-Vigilar que se respeten las normas de áreas protegidas como El Playón Mexiquillo (reproducción de tortugas).

-El Delta del Balsas se rige por intereses políticos y económicos, pero está muy deteriorado y deberían protegerse sus manglares.

-La Fosa de Petacalco se propone como área protegida; de ésta se desconocen procesos oceanográficos, ecológicos, y no hay listados faunísticos no florísticos. Es utilizada como zona de basurero de barcos viejos y desechos industriales y afectada por el establecimiento de termoeléctricas.

Ambas manifestaciones de impacto ambiental concuerdan en que el tiempo de vida útil de la Central Carboeléctrica es de 30 años. Su inauguración fue en 1994, es decir, lleva 28 años activa.

El visible deterioro ambiental en Petacalco es una evidencia de que las recomendaciones de protección, realizadas por los especialistas, no fueron atendidas.

A finales de mayo un estudio realizado por la Facultad de Ecología Marina de la Universidad Autónoma de Guerrero concluyó que las sardinas pudieron haber muerto como resultado de “la pesca incidental en la zona”.

Ese estudio, dado a conocer a los pobladores de la zona por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales de Guerrero, descarta la posibilidad de que los miles de peces murieran por contaminación de la planta, según reportaron medios locales.

A pesar de que funcionarios de la PROFEPA han realizado visitas a Petacalco, esa dependencia no ha emitido un pronunciamiento sobre la reciente muerte del banco de sardinas ni sobre las tortugas marinas que fallecen atrapadas en instalaciones de la CFE.

MCCI solicitó mediante Alejandro Dorantes, de la oficina de Comunicación Social de PROFEPA, una entrevista con algún funcionario de la dependencia para conocer su postura. Además, se le envió un cuestionario sobre el tema, pero no hubo respuesta.

También se solicitó la postura de la CFE, sin embargo hasta la publicación de este reportaje, no se obtuvo respuesta.

Uno de cada tres decesos en Petacalco está vinculado a contaminación

La planta termoeléctrica más contaminante de la CFE ha dejado enfermedades, muerte y dolor en las familias que habitan en los límites de Guerrero con Michoacán.

Keisha tenía ocho años cuando le detectaron anemia aplásica, una enfermedad que hizo que su cuerpo dejara de producir glóbulos blancos y plaquetas. Era abril de 2021 cuando la diagnosticaron y cuatro meses después murió.

Ella vivía con su mamá, Nicolasa de la Cruz Álvarez, a una cuadra de la Central Carboeléctrica Plutarco Elías Calles, en Petacalco, una localidad que está en el municipio de La Unión, Guerrero.

“El doctor me preguntó si aquí había una planta o algo así. Le dijimos que sí, que estaba una termoeléctrica y dijo que su enfermedad podía ser a base de lo que producía esa planta”, explica la mujer de 36 años quien nació en Michoacán, pero ha vivido toda su vida en Petacalco.

A Emigdio de 57 años, quien también vive a unas cuadras de la planta, le dio un derrame cerebral un año antes, en 2020, y desde entonces no es el mismo.

“Ya no soy el de antes, tengo que estar aquí atado”, dice este hombre, delgado y alto que desde los 25 trabajó para la CFE o para contratistas de la planta y que hoy necesita de la ayuda de sus hijos para levantarse de un sillón y mantenerse en pie.

Las historias de Keisha y la de Emigdio no son las únicas

De 2012 a 2020 casi un tercio de los fallecimientos ocurridos en Petacalco han sido por enfermedades relacionadas a la contaminación ambiental que produce la planta, de acuerdo con una revisión de las muertes reportadas por la Secretaría de Salud en ese periodo.

Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) revisó los datos reportados por la autoridad, los cuales arrojan que de un total de 176 fallecimientos ocurridos en esos años, cuando menos 56 corresponden a padecimientos vinculados con contaminación.

De ese número de muertes, MCCI pudo constatar que 22 personas murieron por tumores y anemias o linfomas, 14 más por padecimientos respiratorios, 11 fallecieron por infartos cerebrales o enfermedades del sistema nervioso y nueve murieron por padecimientos en el hígado o riñón.

Una enfermedad “rara”

Antes de que diagnosticaran a Keisha con anemia aplásica, su mamá no había oído hablar de ese padecimiento. Y es que no es común: por cada millón de habitantes mexicanos hay aproximadamente cuatro casos.

Los propios expertos en el tema reconocen que no se sabe con precisión cuántas personas lo padecen, ya que es una enfermedad poco estudiada en todo el mundo. La Asociación Mexicana de Anemia Aplásica (AMAA) ha pedido que esta enfermedad forme parte del catálogo de enfermedades raras, las cuales son clasificadas así porque se presentan en menos de cinco personas por cada 10 mil habitantes.

Este padecimiento hizo que Keisha, una niña de ocho años, que veía Paw Patrol en la televisión y jugaba con sus primas antes de enfermarse, tuviera fiebres por encima de los 39 grados, sangrara de su boca y contrajera infecciones por falta de glóbulos y plaquetas en su sangre.

Su mamá, Nicolasa de la Cruz Álvarez, recuerda que la pequeña comenzó a tener fuegos labiales y fiebre que no se le quitaba con nada. Después, unos estudios arrojaron que su cuerpo no estaba produciendo plaquetas como debería, pues mientras alguien sano tiene un mínimo de 150 mil plaquetas por microlitro de sangre, ella tenía sólo 15 mil.

Un exudado de médula confirmó que Keisha tenía anemia aplásica y los médicos privados que consultó Nicolasa de la Cruz en Morelia le dijeron que sólo podía curarse con un trasplante de médula.

“Nos dijeron que los niños así nada más tardaban de tres a cuatro meses porque su enfermedad ya estaba avanzada”, dice Nicolasa y mientras cuenta esto, atrás, a una cuadra, las chimeneas de la central arrojan un humo denso que pica la garganta y los ojos.

El pronóstico de los médicos privados a los que llevó a su hija se cumplió: a los cuatro meses de haber sido diagnosticada, Keisha murió.

Años atrás, en 2018, falleció otra persona por la misma enfermedad en esta localidad que no rebasa los 3 mil 500 habitantes.

La carboeléctrica más contaminante de la CFE

La central de Petacalco es la que más energía genera al año en todo el país, con 15 mil 817 gigavatios por hora, de acuerdo con las estadísticas de la Comisión Reguladora de Energía (CRE).

En 2019 la asociación ecologista Greenpeace reveló en un informe que la termoeléctrica ocupa el número 34 de más de 400 puntos críticos y fuentes de contaminación de dióxido de azufre a nivel mundial.

El documento señala que la termoeléctrica mexicana produjo hasta 204 kilotones de dióxido de azufre en 2018. Este contaminante, dice Greenpeace, es “causante de innumerables muertes en todo el mundo por contaminación del aire”.

En 2017 investigadores del Centro de Ciencias de la Tierra de la UNAM y de la Subdirección de Generación de la propia CFE publicaron un artículo en donde dieron a conocer que esta planta era la que registraba más emisiones de mercurio, de las tres carboeléctricas que la Comisión tiene en el país.

“Los resultados muestran que la mayor emisión se presentó en la carboeléctrica localizada en Petacalco, Guerrero”, dice el estudio en donde también se precisa que esta planta es la que más carbón usa de las tres.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido que exponerse al mercurio o la inhalación de su vapor puede causar daños en el sistema nervioso e inmunitario así como en el aparato digestivo, además de los pulmones y riñones.

“Ya no soy el mismo”

A Emigdio Gómez Gómez comenzó a dolerle la nuca un sábado. Ese mismo día su familia lo llevó a un médico privado en Michoacán y para el domingo ya tenía un derrame cerebral. Desde entonces su vida no es la misma.

Su vista ha cambiado y ahora ve doble las cosas o no distingue a qué distancia están de él. “Hay veces que quiero agarrar algo y no está aquí”, dice este hombre delgado, de cara afilada, que roza los 60 años.

Aunque él quisiera salir a trabajar, tiene que estar sentado en un sillón y eso le merma el ánimo, pues antes del accidente era muy activo y trabajaba para empresas que le daban servicio a la CFE, pero ya no puede hacerlo.

Su equilibrio no es bueno y le duelen las rodillas, es por eso que cada que se levanta sus hijos van detrás de él para ayudarlo a caminar y evitar que se caiga. Su memoria también se vio afectada con el derrame. Cuando cuenta su historia, Emigdio confunde las fechas y su familia le recuerda los detalles.

La salud de Emigdio comenzó a deteriorarse en 2014, cuando le diagnosticaron un soplo en el corazón y tuvo que ser intervenido quirúrgicamente en Veracruz. Para atenderse el dolor de cabeza que después se convertiría en un derrame cerebral también salió de Petacalco hacia Morelia, a unas seis horas en carro.

“Aquí no hay clínicas”, comenta. Y es que en la localidad sólo hay un consultorio médico público, Centro de Salud de Petacalco, a cargo de la Secretaría de Salud que ofrece sólo servicios de consulta externa.

Hay 22 unidades médicas que dan servicio en el municipio de La Unión y de todas ellas, sólo una tiene la capacidad para hospitalizar a sus pacientes, de acuerdo con los registros de los establecimientos de salud reportados por la Secretaría de Salud.

Se extingue la pesca
en el mar de Petacalco

El agua que sale por un canal de descarga de la central eléctrica de Petacalco ha alejado a especies nativas de peces y ahora los pescadores deben recorrer grandes distancias en búsqueda del sustento.

Dos pescadores que ya pasan de los sesenta años se adentran en una lancha blanca, de motor, en el mar de Petacalco. Son las seis de la mañana y van a ver si las redes que dejaron el día anterior atraparon algo. Si tienen suerte, encontrarán un pez o dos.

Aquí, vivir de la pesca es cada vez más difícil. José Luis Moreno Bravo, un pescador de 57 años de la región, quien va a bordo de la lancha, dice que antes de que llegara la termoeléctrica de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) a la zona, hace casi tres décadas, peces como el jurel, la lisa, cocinero, sardina, robalo y el ronco, atiborraban las redes.

Estas especies que eran nativas se han ido alejando del lugar hasta casi desaparecer. Antes de la termoeléctrica la gente de Petacalco además de la pesca también se dedicaba al cultivo y al ganado.

Hoy quienes siguen aventurandose a vivir del pescado son en su mayoría hombres que están por llegar a la tercera edad o que ya la rebasaron, que toda la vida se han dedicado a navegar y conocen el mar como la palma de su mano y lo surcan de memoria.

José Luis es uno de ellos y forma parte de una de las tantas cooperativas pesqueras que surgieron en la zona cuando la comisión instaló la planta en su localidad. Él inició pescando en el mar de Petacalco, en donde hay piedras de río en lugar de arena, con una balsa de madera y remos que con el tiempo se convirtieron en una balsa más amplía de motor.

El señor José Luis, un hombre de tez morena, robusto, con barba de candado blanca, que usa una camisa de manga larga y gorra para protegerse del sol, explica que todos los días, en punta de las seis de la mañana, cuando recién sale el sol, los pescadores llegan a la orilla del mar, alistan la lancha con la que zarparán. Enfilan el bote por un camino hecho por ellos mismos que sale desde una especie de canal y desemboca en el mar.

Todavía no termina de amanecer y el agua del mar está caliente. Al tocarla, la piel arde, pero no por la temperatura. El agua que da a este embarcadero improvisado proviene del canal de salida de la termoeléctrica, por el que vierten sus desechos.

A medida que el bote se aleja de la orilla, la central termoeléctrica se ve cada vez más pequeña y se hace más notoria la humareda que sale de ella. Los pescadores cuentan que antes de la llegada de la CFE al pueblo, podían pescar a la orilla del mar, sacando hasta una tonelada de pescado al día; ahora, si agarran dos peces en un día es bastante ganancia. “Gasta más uno en el combustible que lo que gana uno de los pescados”, dice un pescador.

Ya dentro del agua, con el cielo clareado, José Luis señala otra lancha en la que dos pescadores recogen sus redes que dejaron toda la noche para pescar. En la punta del barco donde las reporteras viajan, un joven que no pasa de los veinte años, está recostado. Disfruta del paseo en lancha y de vez en cuando saca un anzuelo para pescar algo, pero no logra picar nada y vuelve a acomodarse entre las redes verdes con las que su abuelo trata de capturar pescados. Es el único nieto que lo acompaña de vez en vez, por pasatiempo.

Los peces se alejan

“El pescado es listo, el pescado tiene cola y se va, por eso ya no hay muchos aquí”, dice un pescador mientras explica que las especies nativas de la zona se han ido alejando. “Con el proceso de esta central que vierte su agua ahí (en el mar) el pescado se va alejando cada vez más y más, va desapareciendo en conclusión”, remata José Luis.

Los dos mencionan que lo máximo que se adentraban en el mar para tirar el anzuelo o las redes era el equivalente a 8 kilómetros. Hoy esa medida se triplica, ya que las redes ahora quedan hasta a 32 kilómetros de la orilla del mar, para atrapar algo.

Actualmente tienen que ir todos los días para pescar algo, mientras que antes lo hacían hasta dos veces al día. Lo primero que hacen al llegar a la red que dejaron el día anterior es sacar los pescados que cayeron en ella, siendo el día de nuestra visita solamente dos peces; vacían la red y la vuelven a colocar para recogerla al siguiente día y hacer la misma rutina.

Algunos pescadores se iniciaron en esta actividad desde muy pequeños. El capitán que dirige la lancha comenzó yéndose con los pescadores veteranos de la época para aprender. Relata cómo tiraba el anzuelo y sacaba peces, cómo llenaban las lanchas de pescado y la manera en la que burlaban a los tiburones.

En Petacalco la pesca no solamente era un oficio, sino también una actividad que la gente realizaba de manera recreativa. Tal es el caso de Emigdio Gómez, un hombre de 57 años que nació y creció en Petacalco, quien cuenta que él en algunas ocasiones iba a la playa a nadar.

“El agua está caliente a la altura del canal de salida, ahí ni para meterse porque está hirviendo. Antes no iba tan seguido pero sí a nadar a veces, íbamos a pescar y aprovechamos para bañarnos, pero ahorita no se puede, además de que no saca uno nada, se cansa uno de estar con la mano así tirando el anzuelo”, dice Emigdio, quien trabajó para la CFE y empresas que le proveían servicio desde los 25 años.

Cuenta que antes de tener las bardas de cemento que hay ahora y que rodean toda la central, la CFE llegó con cercas de alambre de púas y malla con la que protegían la construcción. Él se acercó a la comisión para conseguir un empleo y al no contar con estudios se le dio la tarea de acarrear postes, pasó por algunos talleres de la comisión y después trabajó como chofer para empresas externas contratadas por la planta.

A pesar de que él de cierta manera consiguió trabajo en la Comisión, sus hijos no pueden contar la misma historia, pues aunque tienen estudios universitarios, no han podido conseguir un trabajo en la planta.

De los cuatro hijos que tiene, dos se fueron a vivir a Veracruz en busca de trabajo. Uno de ellos, contador de profesión y quien prefiere permanecer en el anonimato, cuenta que hace cuatro años fue a pedir trabajo como contador a la planta. Recién se había titulado.

Dejó sus papeles, pero le explicaron que el superintendente de la CFE en la planta dijo que no había trabajo para la gente de la región “porque no están preparados”.

El propio Código de Ética de la Comisión Federal de Electricidad dice que uno de sus principios de responsabilidad social es el contribuir al desarrollo local de las comunidades en las que operan y respetar el entorno.

Sin embargo, solamente 8 de los 500 empleados que aproximadamente conforman la planta, son de Petacalco, coinciden los habitantes; el resto, en su mayoría, vienen de Lázaro Cárdenas, Michoacán, municipio cercano.

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