Nunca he pensado que la elección de 2024 esté decidida. No lo pensaba antes de que surgiera la candidatura de Xóchitl Gálvez y menos lo pienso ahora. La moneda está en el aire a pesar de que estoy convencida de que Xóchitl y el Frente Amplio por México no tendrán piso parejo ni legal ni mediática ni financieramente hablando. La que viene será, como ninguna otra, una elección de Estado. Y digo como ninguna otra porque a pesar de que las elecciones de Estado son parte de nuestra historia, jamás habíamos tenido a un presidente que con dos años de anticipación se haya entrometido en las elecciones de la manera en la que lo ha hecho López Obrador. Y, con la certidumbre de que lo seguirá haciendo sin importar sus consecuencias para la democracia y a expensas de la legalidad vigente. Ahí tenemos el nuevo presupuesto con más de 700 mil millones de pesos para gasto social.
Con todo, una decidida elección de Estado no equivale a una elección decidida de antemano.
Si algo hemos aprendido en estos últimos meses es la volatilidad de la política, esto es, el nivel de cambio en el contexto y el comportamiento electoral de los votantes.
La volatilidad del contexto político y electoral seguirá entre nosotros al grado de que lo que hoy parecen certezas mañana no lo serán. No hay certezas.
El tablero político ha cambiado y cambia todos los días haciendo aún más difícil la predicción del futuro cercano.
Hace apenas tres meses muchos daban por perdida a la alianza PAN-PRI-PRD. Que si no se pondrían de acuerdo, que si el PRD se saldría, que si el PRI iba a traicionar. Cuando fue confirmada, se decía que no habría ningún candidato(a) competitivo(a) y apareció Xóchitl Gálvez. Hace escasamente una semana se apostaba por la ruptura de Marcelo Ebrard y anteayer se abrió un compás de espera hasta el 18 de octubre. Nadie esperaba la fractura de Movimiento Ciudadano y hoy una de sus más importantes fracciones —el MC de Jalisco— se ha confrontado con su dirigencia nacional. Nadie sabe con certeza qué hará MC entre las alternativas que siguen vigentes: ir en solitario, abrazar la candidatura de Ebrard o adoptar la candidatura de X. Gálvez. Vaya, hasta que no se registren los y las candidatas a la Presidencia, cosa que no ocurrirá hasta febrero, todo puede pasar.
Difícil despejar todas estas variables.
Por su parte, la volatilidad electoral queda patente cuando pensamos en dos simples hechos de la historia reciente. La primera es que Morena se fundó apenas en 2011 como un movimiento político y social impulsado por López Obrador y para 2018 había ganado la Presidencia y la mayoría en el Congreso. El segundo es que, como lo ha dicho una y otra vez Lorenzo Córdova, el índice de alternancia a nivel nacional en los últimos 10 años es de 62% y en el caso de las elecciones de gobernadores, de 70 por ciento. En otras palabras, la probabilidad de que el partido que gana una elección vuelva a ganar la siguiente ronda electoral es de apenas una de cada tres y no hay un solo partido político que no se haya beneficiado o que haya sido perjudicado por esta alternancia.
Las encuestas electorales a casi ocho meses de la elección dicen muy poco. Al arrancar el proceso para las elecciones presidenciales de 2006 había cinco candidatos y López Obrador que competía por el PRD, le llevaba a Felipe Calderón una ventaja de más de 10 puntos.
Hoy, cuando todavía estamos lejos del inicio formal de las campañas, la ventaja para Morena sobre el Frente Amplio es casi del doble pero, según El Financiero (06/10/2023), en un careo hipotético donde las opciones fueran Xóchitl Gálvez, Sheinbaum y Samuel García (MC), la morenista sólo le lleva a la frentista nueve puntos porcentuales (46% vs. 37 por ciento).
Lo único cierto es que la volatilidad política y la posición de las por ahora candidatas en la preferencia de los votantes, promete muchos cambios de aquí al 2 de junio de 2024.
A lo que debemos aspirar y lo que debemos cuidar es que esa volatilidad en el contexto político y en la preferencia electoral no invadan la esfera de los procesos democráticos.
Ojalá que lo único que quede resguardado de la incertidumbre sea la democracia misma.
Quizá haríamos bien en desarrollar un índice de volatilidad similar al de los economistas (CBOE Volatility Index o VIX) en el que mes a mes se miden las expectativas de riesgo, temor o tensión en los mercados para hacer las decisiones de inversión. En el caso de la política mexicana para medir el apego a las condiciones democráticas de las elecciones en 2024.
Hoy son muchos más los electores que no se identifican con ningún partido. Lo importante es conocer los proyectos de cada opción y, quizá más importante, atajar la elección de Estado que ya está entre nosotros. Que la volatilidad política no se convierta en inestabilidad política.
Nota publicada en Excélsior: https://www.excelsior.com.mx/opinion/maria-amparo-casar/volatilidad/1608548