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¿Drenando el pantano?

Donald Trump prometió «drenar el pantano»: acabar con la corrupción. Pareciera que en su lugar, lo ha repoblado de familiares y acólitos.

Saul Loeb, Angela Weiss / AFP

A mi prima le encanta contar una historia de cuando su hijo tenía 5 o 6 años y estaba jugando fútbol en un partido de niños mexicanos contra estadounidenses. El árbitro pitó un penal o una falta contra su equipo y mi sobrino gritó: “¡árbitro vendido!” A pesar de la traducción, los gringos igual no entendían, ¿cómo que vendido? ¿Quién lo compraría? ¿Por qué? Por el otro lado, mi sobrino no entendía las preguntas. A mi prima se le hacía todo muy chistoso. Para su hijo el concepto de corrupción era tan natural y obvio que no había que explicar, mientras que para sus amigos estadounidenses era tan ajeno que no les entraba en la cabeza que algo así pudiese pasar.

No cuento la historia para sugerir que la corrupción en Estados Unidos sea tan excepcional que la gente no cree que suceda, ni tampoco para dar a entender que en México la corrupción es innata o cultural. Lo hago porque muestra cómo la corrupción en nuestro país es un tema que hemos internalizado, mientras que, por más que ocurra, le sigue siendo ajeno a muchos a los estadounidenses. En palabras del politólogo Michael Johnston, en Estados Unidos “hemos permanecido obstinadamente desinteresados en la corrupción por generaciones enteras.”

La presidencia de Donald Trump podría cambiar esto en el futuro. Matthew Stephenson, profesor de derecho en Harvard, ha documentado todas las instancias de “corrupción y conflictos de interés en la administración de Trump”. Este documento ya rebasa las 35,000 palabras y describe cómo el presidente ha utilizado dinero público, tomado decisiones de política pública y permitido la compra de su voluntad, con el único interés de beneficiar a su marca y sus empresas.  Por si esto fuera poco, miembros de la familia Trump ocupan cargos públicos sin tener ni los méritos ni la experiencia ni siquiera la autorización para hacerlo.

Así es como el candidato que iba a drain the swamp (“drenar el pantano”), más bien lo ha repoblado con sus familiares y acólitos.

A pesar de todo lo que ha hecho, la corrupción de Trump no ha sido un tema importante de campaña. Biden no ha podido hacer que a la gente le importen las acciones de Trump porque el nivel de corrupción es tal que ya está normalizado. Es un poco como esa frase apócrifa de Stalin, “la muerte de una persona es una tragedia, la de millones es una estadística”; un fraude es un escándalo, cien no son ni una nota. Por eso, Biden se ha enfocado en mensajes más puntuales y contundentes, como la pandemia, por ejemplo.

Sin embargo, lo sorprendente es que Trump sí está tratando de hacer que la campaña se centre en la corrupción. No la suya, sino la supuesta corrupción de Joe Biden. Sin tener evidencia, porque esta no existe, Trump y su equipo han avanzado la teoría de que cuando fue vicepresidente, Joe Biden se reunió con un ejecutivo de una empresa ucraniana, Burisma, en la que su hijo Hunter era consejero. Según Trump, tras esta junta, Joe Biden amenazó con congelar un préstamo de mil millones de dólares para Ucrania (abusando así de su poder) si el gobierno no despedía a un fiscal, Victor Shokin, que estaba investigando a Burisma. Como en toda teoría de conspiración, hay elementos verídicos en la historia. Biden sí presionó a Ucrania para que despidieran a Shokin y Hunter Biden no tenía mucho que hacer en el consejo de Burisma, más que apellidarse Biden. Sin embargo, Biden intervino para que despidieran al fiscal por corrupto y, cuando lo hizo, Shokin ya había pausado la investigación contra Burisma. En realidad, la intervención del exvicepresidente atrajo de nuevo atención a estas investigaciones, pues era un esfuerzo multilateral para que Ucrania persiguiera los delitos de corrupción que Shokin había ignorado, incluyendo los de Burisma.

Desafortunadamente para Trump, la historia no ha sido ni propagada ni validada por la mayoría de los medios. El New York Post publicó la noticia, pero el New York Times luego reveló que varios periodistas del Post no quisieron firmar la nota porque esta carecía de evidencia. No obstante, como con la historia de los correos de Hillary Clinton, Trump vio que en el mundo del fake news, si tienes suficiente convicción para crear un mito, este se puede convertir en realidad; o, al menos, ser lo suficientemente creíble para que 200,000 personas más voten por ti. Por eso, lo sigue invocando y por eso apuesta a seguir hablando del supuesto escándalo del hijo de Biden.

Es por esto que al fin y al cabo la presidencia de Trump no despierte interés nacional en la corrupción. A pesar de todo, los estadounidenses no hablan más hoy de corrupción que hace cuatro años. Y, de la que sí hablan es la que no sucedió. Por más que por un lado tenemos evidencia de un patrón de conducta de enriquecimiento ilícito y corrupción sin precedentes en Estados Unidos, y por el otro tenemos un cuento que nadie puede corroborar; es el segundo el que podría influir la elección.Pedro Gerson. Director de la clínica de migración en la facultad de derecho de Louisiana State University. Investiga sobre migración, crimen y corrupción. Twitter: @elpgerson

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