Durante 30 años César León Díaz olió la peste a huevo podrido que desprende el azufre en el Complejo Procesador de Gas en Ciudad Pemex, Tabasco, hasta que el 2 de mayo de 2020, el olor de lo que llama “su infierno” desapareció. En los siguientes diez días, cuatro de sus compañeros en esta planta murieron por Covid-19.
A mediados de abril, en la petrolera habían comenzado a operar guardias de 24 horas por 72 de descanso para evitar aglomeraciones y prevenir el impacto del coronavirus. “Desde el conocimiento de la pandemia se aplicaron diversas medidas integrales”, se lee en un comunicado de Pemex del 27 de septiembre de 2020 donde se recopilan las acciones que oficialmente ha tomado la petrolera. Los testimonios de diez trabajadores aportados a Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad, sin embargo, coinciden en que la rotación de turnos era casi la única forma de protección en aquel entonces en el complejo de Ciudad Pemex: no había controles en la entrada, ni termómetros, ni gel antibacterial. La empresa les pidió a los empleados que usaran cubrebocas, la realidad al interior de la planta, con temperaturas que llegan a 40 grados, es que varios trabajadores se los quitaban agobiados por el calor. A la hora del almuerzo, como es tradición, se sentaban alrededor de la misma mesa y compartían al centro la comida.
César León cree que se contagió el 17 de abril. En aquella guardia coordinaba a seis empleados que trabajaban rodeados de “fierros en el bunker”, donde están las máquinas y torres de almacenamiento de gas que debe supervisar. Uno de ellos, de 34 años, se sentía mal y él manipuló la misma maquinaria en ese turno.
Cuando a principios de mayo, después de perder el olfato, César León ya tenía fiebre y dolor en las articulaciones, su compañero estaba internado en el Hospital Pemex de Villahermosa, a 64 kilómetros de Ciudad Pemex. Dos meses después sería dado de alta. Pero en el Complejo de Procesador de Gas el brote causaría la muerte de cuatro trabajadores. César León dice que de sus 54 empleados solo cinco no se infectaron y que el virus se extendió a otras plantas. Al menos 60 trabajadores, según el ayuntamiento de Ciudad Pemex, murieron el año pasado por la pandemia en el complejo petrolero del pueblo.
“Nunca se llegó a pensar que hubiera tantas muertes. En otros departamentos nos tenían miedo. La gente de mantenimiento no llegaba”, dice César León.
A nivel nacional, según los datos que actualiza Pemex diariamente, habían muerto hasta el lunes 8 de febrero 2,605 personas por Covid-19: 473 trabajadores, 1,238 jubilados, 881 familiares y 13 externos. Con esos números y los que da el Ayuntamiento, de los empleados activos que fallecieron en todo el país, 13 por ciento serían de Ciudad Pemex.
En un comunicado en respuesta a las peticiones de entrevista de este reportero, Pemex asegura que en la planta de Ciudad Pemex “se instalaron filtros sanitarios en los accesos desde el inicio de la pandemia, en los cuales se aplican cuestionarios rápidos de identificación de síntomas, medición de temperatura, aplicación de gel antibacterial y se vigila que el personal use cubrebocas”.
Los trabajadores entrevistados dicen que en mayo, el mes con más muertes en este poblado petrolero, la paraestatal nunca les comunicó la evolución de la pandemia en sus plantas. La única manera en la que podían saber si alguien con quien trabajaban estaba infectado o había muerto era el boca a boca.
El 8 de mayo Jorge González, que trabajaba en la planta Criogénica II, contigua al “infierno” de César León, moría a las puertas del Hospital General de Ciudad Pemex. Dos días después de su fallecimiento, su hermana Hortensia publicó en Facebook que Jorge González murió en los brazos de su esposa mientras esperaba el traslado a Villahermosa en una ambulancia que tardó demasiado.
En el único hospital del pueblo, propiedad de Pemex, los médicos solo podían medir la oxigenación y tomar la temperatura, dice un trabajador del centro que pide el anonimato por temor a represalias: “Todos los que llegaban con oxigenación baja eran llevados inmediatamente a Villahermosa. En ese plan, empezó el error. La gente comenzó a sentirse psicótica, porque los mandaban a Villahermosa y optó por atenderse por fuera. No venían a los hospitales, ni de Pemex ni de Gobierno, a pesar de que estaban mal… y al rato regresaban peor”.
En su comunicado de respuesta, Pemex asegura que en el Hospital General Cd. Pemex se capacitó al personal sanitario, se instauraron filtros y siempre hubo atención médica tanto para casos sospechosos como para emergencias sanitarias. Las cifras que ofrece en el documento son 213 casos confirmados (184 fueron dados ya de alta) y 24 fallecidos (9 trabajadores, 4 familiares y 11 jubilados).
Pemex le dio unos días de descanso a César León, quien pasaría la enfermedad en su casa. En ese tiempo llegaron las pruebas rápidas que, de acuerdo con los trabajadores entrevistados, dejaron de realizarse en julio. El 18 de mayo, 16 días después de perder el olfato, César León continuaba con malestar y todavía había dado positivo en su última prueba. Ese día, dice, volvió a trabajar porque la empresa se lo ordenó.
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Cuando Luisa Peña fue a la consulta médica de Pemex en Macuspana para saber si tenía Covid-19, el guardia de la entrada la roció con cloro. Ella se había enfermado porque César León, su esposo, la contagió. “Te ponían a través de un plástico (en el consultorio). Me mandaron a casa y me dijeron que comprara paracetamol porque no había. En la farmacia de Pemex no había”, dice Peña, que trabaja en la petrolera como responsable de almacenar los medicamentos de la farmacia.
En los primeros días de mayo el brote se extendió en un viaje de ida y vuelta entre el complejo petrolero y los habitantes de Ciudad Pemex, que forman un todo casi indivisible. El pueblo, con menos de 6,000 habitantes, se fundó a mediados de los años cincuenta para albergar a los empleados de Pemex. Hoy 5,000 personas trabajan en el recinto de 200 hectáreas de la paraestatal. Los trabajadores infectados en la planta contagiaban a sus familiares cuando llegaban a casa y estos, también empleados de la petrolera, regresaban infectados a su turno de trabajo.
“Se tenían filtros y aún así fue golpeada Ciudad Pemex. Ya fue demasiado virus”, dice Jesús Morales Landeta, delegado municipal del centro integrado de Ciudad Pemex, quien calcula que la pandemia dejó 100 muertos en 2020. “Nosotros debemos tener continuidad, un 90% del personal que está aquí en Ciudad Pemex se debe a Pemex. Ha generado una economía sustentable, estamos muy agradecidos”.
Después de las primeras muertes la empresa comenzó a implementar protocolos más fuertes —controles en la entrada de la planta, termómetros infrarrojos, gel antibacterial— y dotó de más insumos al hospital local de Pemex. Pero en junio dejaría de aceptar a trabajadores que querían hacer válida la cláusula 43 de su contrato laboral que protege su derecho de que no les descuenten días de trabajo en caso de una “contingencia sanitaria”. La petrolera, según los testimonios y recibos de nómina en poder de MCCI, daba dos semanas de descanso en caso de enfermedad, pero a partir de ese momento los trabajadores perdían la cláusula de productividad. “Podías perder hasta la quinta parte del salario”, dice un mando medio, que pide también el anonimato. Esto provocó, según los trabajadores entrevistados, que muchos ocultaran síntomas para poder ir a trabajar.
Las nuevas medidas no acabaron con los contagios en el interior del complejo de Ciudad Pemex. Desde mayo hasta julio murieron al menos otras 23 personas entre trabajadores y familiares, se lee en las esquelas que el sindicato de la sección 14 publicó en sus redes oficiales. En ningún mes se dejaron de publicar esquelas de los sindicalizados, el mayor número de los trabajadores de la planta.
Un video grabado al interior del hospital de Ciudad Pemex en noviembre por un trabajador petrolero, muestra lo precario del lugar: sillas rotas, un filtro sanitario sin atender. En el video, en posesión de este reportero, el trabajador explica que lleva horas sin ser atendido y que había asistido para saber si tenía Covid-19. Venía de trabajar en una plataforma y tenía temperatura y dolor de cabeza. Terminó por acudir a un consultorio privado.
A un costado del hospital está la plaza central. “Íbamos a regresar a la nueva normalidad haciendo pruebas aleatorias, pero no se han hecho”, se queja un empleado del centro hospitalario, que pide anonimato. Cuando él hablaba en la cancha de básquet, un grupo de personas se acercaron. Se identificaron como trabajadores eventuales de Pemex. Muchos habitantes del pueblo tienen otros trabajos mientras esperan la llamada de la petrolera, algunos llevan esperando más de diez años. Algunos dicen que también se han contagiado y que conocen a varios muertos por la pandemia. “Ya estamos en el rebrote… y se relajaron las medidas”, se lamenta el trabajador del hospital.
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A las 3 de la tarde del pasado 10 de diciembre los camiones que el sindicato dispone para los trabajadores que viven en Macuspana, a 25 minutos, estacionaban en la entrada del complejo petrolero de Ciudad Pemex. Los obreros que entraban a su guardia cruzaban un rehilete en la puerta central. Después pasaban un filtro donde el personal médico les tomaba la temperatura y les hacía un cuestionario de 13 preguntas: ¿ha tenido contacto con un caso de Covid?, ¿ha tenido fiebre, tos o algún otro síntoma?
Este sistema de seguridad es el mismo por el que pasó Julio César Hernández en junio, dos meses después de los primeros contagios en la planta, cuando aumentaron las medidas sanitarias y disminuyeron los derechos de los trabajadores. Durante quince días acudió al trabajo con lo que él consideraba como una gripa. Su familia recuerda que no le gustaba ir al médico y que siempre se automedicaba. Siguió con su filosofía incluso después de que unas semanas antes había llevado a una persona a un hospital de Villahermosa que resultaría positivo por Covid-19 y moriría días más tarde. También después de llevar varios días tomando pastillas para la temperatura y la tos sin resultado. Cada día, en el filtro de seguridad, le hacían las preguntas de rigor y Julio Hernández respondía lo necesario para entrar a trabajar. Hasta que su jefe directo en el departamento de exploración marina lo vio muy mal y le pidió que se atendiera.
Julio Hernández fue a pedir informes al Hospital Covid de Villahermosa y ya no salió hasta cinco días después. En ese tiempo, se quejaba con su familia por mensaje de voz sobre el maltrato y poca atención que recibía. “Los checan en la tarde, y hasta el otro día. Te piden pañales. Y no les dan medicina. Mi esposo entró caminando y decía que lo sacáramos de ahí porque lo estaban matando”, recuerda Nelly García, su viuda ahora.
La familia de Julio Hernández buscó hospitales privados para internarlo, pero no encontraron camas disponibles. Entonces decidieron llevarlo a casa. Nueve días después moriría, a pesar de consumir dos tanques de oxígeno diarios y tener revisión médica personalizada. Nelly García no se quitó el cubrebocas ni para dormir durante varias semanas después de que su esposo muriera y ella también se contagiara de Covid.
Entre 15 y 20 compañeros de Julio, dice uno de ellos, dieron positivo después de que él estuviera entrando al complejo. Ninguno murió.
En la sala de su casa, en la que se ve una foto de Julio Hernández junto a la urna donde reposan sus cenizas, Nelly García recuerda cómo se conocieron en un camión que los llevaba de Villahermosa a Ciudad Pemex. Poco antes de nacer su única hija, lograron juntar dinero para comprar una plaza de confianza. Es una práctica normal en el pueblo: cuando un trabajador se jubila o sufre un accidente la plaza queda libre y líderes sindicales venden ese espacio en decenas de miles de pesos. Desde esa compra les comenzó a ir bien. Desde la muerte de su esposo, dice, no ha recibido la pensión.
A pesar de las muertes en la pandemia, Pemex sigue siendo el principio y final del pueblo que lleva su nombre. César León y Luisa Peña vienen de familias petroleras. Uno de sus hijos es ingeniero geólogo y su objetivo es entrar en Pemex en unos años. Ese 10 de diciembre César León se había despedido de su familia para entrar en el turno de las cuatro de la tarde. “Su infierno” no ha dejado de producir un solo día diez meses después del inicio de la pandemia, aunque con la mitad de personal. Antes de entrar por la puerta principal del complejo, recordaba cómo sus compañeros murieron sin medidas de seguridad, sin una buena atención, sin medicinas. “Los dejaron morir”. Y repitió: “Los dejaron morir”.