SÍ. En cualquier país hay corrupción e impunidad. Pero no en la misma proporción, densidad y frecuencia como las hay en México. Aquí se practica de manera individual y en redes, abunda lo mismo en el sector público que en el privado, atraviesa actividades económicas y clases sociales por igual.

Es un problema sistémico. No se reduce a actos individuales o aislados. Es una forma de hacer dinero, de evadir obligaciones, de comprar empleos, de obtener privilegios, de ganarle al otro. También es una forma de sobrevivencia o, al menos, de hacerte más fácil la vida.

Según las encuestas a población abierta y los paneles de expertos tanto la corrupción como la impunidad han ido creciendo hasta convertirse en uno de los tres principales problemas que aquejan a nuestro país. Aún por encima de otro mal endémico: el de la pobreza.

El problema no es menor ni se agota en una cuestión de ética pública o personal. La corrupción es un asunto de supervivencia del estado democrático, de salud económica y de subsistencia social.

La corrupción y la impunidad debe ser combatida por los costos que económicos, políticos y sociales que provoca. Porque es mas rentable para el individuo y para la sociedad en su conjunto. Porque nos conviene. Porque nos sale muy cara.

Sus consecuencias atentan contra la inversión, la productividad y la competitividad de la economía. Representan un obstáculo al desarrollo y el crecimiento económico al socavar el Estado de Derecho. Su impacto social agrava la desigualdad y la convierte en un impuesto regresivo en donde los que tienen más pagan menos y los que tienen menos pagan más. Su incidencia política abona a tentaciones autoritarias y alimenta la violencia.

La corrupción va más allá del sector público. Es una práctica en la que incurrimos todos, que nos afecta a todos y que debemos combatir todos. No hay nación en el mundo que haya sido exitoso en su comabte en el que no hayan unido esfuerzos el sector público, el sector privado y la sociedad. Cada uno en su ámbito, cada uno con sus instrumentos, cada uno con su responsabilidad.

De la corrupción y la impunidad no sabemos muchas cosas y todavía tenemos que investigar cómo prevenirla, cómo opera y sobre todo cómo erradicarla. Pero hay algo que SÍ sabemos: México no está condenado a padecerlas.