Artículo publicado originalmente por la Revista Expansión

“Lo que no se define, no se puede medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada siempre”. Esta conocida frase del físico William Thomson Kelvin, que es un principio fundamental para emprender cualquier esfuerzo orientado a resultados, no vive su mejor momento en el debate público. Mucho menos si lo llevamos al terreno de la lucha contra la corrupción, donde los dichos parecen haber sacado por la ventana a los hechos como elementos básicos para el debate.

Hay datos que nos permiten identificar que algo ha pasado en la trinchera de la anticorrupción desde el sector privado y que, a lo largo de los años, persisten elementos de mejora que vale la pena señalar.

Cuando en 2017 comenzamos el proyecto de Integridad Corporativa 500 (IC500), tomamos a las 500 empresas más importantes del país de acuerdo con la revista Expansión y evaluamos si contaban con los elementos mínimos de una política de integridad para asignarles una calificación entre 0 y 100 puntos. En esa primera evaluación, el promedio fue de 37 puntos y solo dos empresas lograron obtener más de 90 puntos, sin ningún caso que hubiera podido cumplir con todos los elementos evaluados.

Siete años después, los resultados de la evaluación que realizamos de manera conjunta en Transparencia Mexicana (TM) y Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) muestran un panorama completamente diferente. En 2023, el promedio de calificación de las empresas ha subido hasta 74 puntos y hay 228 casos en que su evaluación supera los 90 puntos. Todavía más: este año hubo 50 empresas que obtuvieron 100 puntos, la máxima calificación posible, seguidas muy de cerca por un grupo de 26 y 36 empresas que obtuvieron 98 y 96 puntos, respectivamente. Esto quiere decir que hay un grupo nutrido de 112 empresas que comparten nuestro podium, pues cuentan con prácticamente todos los elementos indispensables para poder echar a andar una política de integridad.

Esto no quiere decir que debemos echar las campañas al vuelo, pues además de las múltiples áreas de mejora que tienen las empresas rezagadas en esta evaluación, siempre es necesario puntualizar que el proyecto de IC500 no es un certificado de falta de corrupción. Lo que mide el IC500 es la presencia de las políticas, canales y mecanismos básicos que debe tener una empresa íntegra, que son el primer paso que todas las compañías deberían dar como parte de una estrategia más amplia de combate a la corrupción. Tener todos los puntos que evaluamos no es una garantía de que nada malo pasará, pero operar sin ellos sería igual que lanzarse de un avión sin paracaídas y esperar aterrizar sano y salvo.

Esta precisión sobre lo que sí mide el IC500 es importante, pues nos ayuda a entender y dimensionar los éxitos que se han logrado. Por ejemplo, mientras en 2017 solo 276 empresas contaban con un sistema de denuncia —55% del total—, para 2023 la cifra subió hasta 413 compañías. Es decir, a 8 de cada 10. 

Imputar esta mejora a nuestra evaluación posiblemente sería una exageración, pues detrás de cada punto mejorado está el compromiso y trabajo de cada compañía que ha hecho los cambios necesarios para tomarse en serio el desafío de contar con políticas de integridad. Lo que sí podemos decir es que gracias a que IC500 se ha mantenido a lo largo de siete años consecutivos es posible identificar con precisión éxitos, retrocesos y áreas de oportunidad, como las que se exploran brevemente en los textos que acompañan este número.

Tener más y mejor información sobre un fenómeno es indispensable para conocerlo y poder enfrentarse a él. IC500 nos da una hoja de ruta sobre lo que es posible hacer cuándo sociedad civil y sector privado trabajan de la mano en un acuerdo sobre los mínimos indispensables para establecer una política anticorrupción. Aún falta mucho por hacer, pues la participación del sector privado en la corrupción (como víctima o victimario) es solo una de múltiples aristas que tiene este terrible mal. Es bueno conocer el camino que se ha andado y divisar el que resta caminar.